jueves, 15 de noviembre de 2012

Gracias...

Había una vez un rey que recibió como regalo dos magníficos halcones provenientes de Arabia. Eran halcones peregrinos, las aves más hermosas que se hayan visto jamás. El rey entregó las preciosas aves al maestro de cetrería para que las entrenara.
Pasaron los meses y un día el maestro de cetrería le informó al rey que uno de los halcones estaba volando majestuosamente, planeando alto en los cielos, pero el otro halcón no se había movido de su rama desde el día en que llegó.
El rey convocó a curanderos y hechiceros de todas las tierras para atender al halcón, pero ninguno pudo hacer que el ave volara.
Luego le presentó la tarea a los miembros de su corte, sin embargo, al día siguiente, el rey vio a través de la ventana del palacio que el ave aún no se movía de su percha. Habiéndolo intentado todo, el rey pensó: “Tal vez necesito a alguien que esté más familiarizado con la vida del campo para que entienda la naturaleza de este problema”.
Entonces le gritó a su corte:
—¡Vayan a buscar a un granjero!
En la mañana el rey se emocionó al ver al halcón volando muy alto sobre los jardines del palacio y le dijo a su corte:
—Tráiganme al hacedor de este milagro.
La corte rápidamente localizó al granjero, quien vino ante el rey. Éste le preguntó:
—¿Cómo hiciste para que el halcón volara?
Con reverencia, el granjero le dijo al rey:
—Fue fácil, su majestad. Simplemente corté la rama.
(Fragmento del libro ¿para qué correr si puedes volar? de Isha)
¿Cuántas ramas habremos de cortar en nuestra vida para saber que tan alto podemos volar?  Extender las alas no es sencillo, se requiere de valor, fuerza… voluntad.  Se requiere vencer el miedo y enfrentarnos a nosotros mismos para decir, ¡sí puedo!,  porque soy completamente capaz. 
Hace tres meses mi grupo de oratoria y una servidora,  tuvimos el valor de enfrentarnos a lo que hoy sabemos es uno de los miedos más grandes del ser humano: Hablar en público.  Y es que ¿apoco no? A todos alguna vez nos han temblado las piernas, la voz y hasta las intenciones,  cuando debemos enfrentarnos a un publico desconocido.
Vamos, no hay momento  en el que puedes sentirte más expuesto que cuando tienes que compartir tus pensamientos con otra persona. Sin embargo, hoy por hoy,  todos estamos preparados para eso y màs.
Gracias al infinito apoyo  y guía de Carlos y Gris, nuestros profesores,  por ayudarnos a cortar esas ramas. Gracias porque en cada retroalimentación resaltaban lo maravilloso de nuestros discursos y de nuestros defectos, incitándonos a mejorar en cada ocasión.
Al Centro Libanés que aun sin ser socios, nos brinda esta inigualable oportunidad de crecer como seres humanos al darnos las facilidades para que por tres meses pudiéramos  ocupar sus instalaciones,  comernos unas deliciosas  galletas y compartir un buen café.
A todos ustedes, nuestras familias y amigos, por creer en nosotros  y apoyarnos con su tiempo y compresión en cada llegada tarde a nuestras casas, en cada sonrisa còmplice por vernos repetir nuestros  discursos frente al espejo, y en cada relato en donde aùn sin saberlo, estuvieron presentes.  
A mis queridos compañeros, por abrir la puerta de su corazón y de su vida  cada martes. Por hacer de éste, un grupo que demostró que no importa que tan grande sea el reto, siempre se podrá superar. Por demostrar que el miedo es solo pasajero cuando decidimos enfrentarlo. Gracias por estar y permanecer, más allá del aula.
Gracias a todos por dejarnos compartir lo alto que podemos llegar a volar.

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