domingo, 25 de noviembre de 2012

Vulnerable

Los ronquidos me despertaron justo en medio de la noche. Por lo general era yo la que caía perdida en sueño profundo pero esta noche fue diferente. Creo que habrán sido las tres de la mañana, no estoy segura. El tiempo (ese que viene en moto con traje de cuero) transcurría lento. Cada ronquido era como un taladro en mi cabeza.

Daba vuelta de un lado al otro de la cama. Cada una era una larga agonía en el frío de esta noche, en donde no sólo comprendí que estaba en el lugar equivocado. También supe que mi lealtad estaba a punto de perderse.

Una y otra vez me preguntaba , que hago aquí? Deje de hacer maleta para encontrarme con sólo un cepillo de dientes, mucho más vulnerable. Si al menos hubiera tenido una pijama...

Inconscientemente jalaba las sábanas , los ronquidos no paraban, mi ansiedad y el frio tampoco. Que hago aquí? Qué no era yo la que dos semanas antes presumía de haber entendido lo que había aprendido? Que hago aquí con el frío calandome los huesos?

Veo el celular, 7:20 no se cuántas vueltas he dado. 7:40 a punto de sonar la alarma. 8:00 am sólo quiero un abrazo. Me levanto y regreso a la cama.

Nos vamos? El cuento había terminado.






viernes, 23 de noviembre de 2012

No necesito...

No necesito de tus besos, ni los abrazos, ni las pláticas. No necesito idealizarte, ni creer en lo que nunca prometiste.
No necesito enamorarme, volar y luego caer cuando mis alas aún no se han recuperado.
No necesito de mi cuando estoy contigo, de las risas, de la cocina, ni de los pellizcos que me sacan de quicio.
No necesito lecciones de vida, ni conocer que puede existir afinidad, ni saber que la vida es fácil cuando estoy contigo.
No necesito rogarle al tiempo que se detenga, justo en el instante en donde me siento protegida.
No necesito creer, aunque sea por un momento, que puede existir un mañana.
No lo quiero, tampoco lo necesito, aunque te extrañe a cada paso, aunque me parezca una broma más de mi paso por el mundo.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Antes de la maleta roja....


Emprendí este viaje con una sed de historias que contar, que aún me parece insaciable. Es inevitable no pensar en los encuentros pasajeros y en la felicidad que cada uno de ellos desprende después de recetarte libros tan intensos como los de Isabel Allende.
Pensar en la posibilidad de vivir pequeños instantes sin oportunidad de juzgar, en donde las historias se tratan de tan solo dos desconocidos que coinciden en el mismo viaje, me eriza la piel.

Viajar sola nunca ha sido mi fuerte, es más, me atrevería a decir que el miedo que me produce me ha paralizado más de una vez para tomar decisiones acertadas. Pensar en la reacción de la gente cuando se da cuenta de que estás perdida y a duras penas hablas su idioma me ocasiona un temor similar al de encontrar un monstruo en el closet a las tres de la mañana.

Sin embargo, después de una relación sin rumbo de dos años, en donde la mayor parte del tiempo viví paralizada y a expensas de lo que mi pareja quisiera, y sobre todo, aprovechando este ímpetu de querer hacer todo ( de manera moderada claro) compré un boleto de ida y vuelta para visitar a mi Pelón favorito.

Así fue que sin más, mi papiringo dejóme en el aeropuerto con mi maleta y mi ímpetu por encontrar nuevas historias que contar. Me dirigí a la sala de espera no sin antes pasar a comprar un libro que me alivianara el tiempo “Célebres pendejadas en la historia de México”. Por dos horas me dispuse a leerlo. La gente poco a poco iba llegando y yo como si nada seguía riendo con tanta pendejada.
En fin, en uno de los momentos en que disfrutaba de tan solo leer, se apareció un chico, alto, moreno y muy bien formado, por no decir buenísimo, que de no haber sido porque yo estaba leyendo, seguramente mi historia con él hubiera empezado desde antes. No nos hablamos pero el intercambio de miradas fue inevitable, y creo que no precisamente fue que nos viéramos a los ojos. Era inevitable no pensar en una historia guajira con el hombre guapo que se había sentado a unos metros de mí, pero… cómo empezaría una historia? Pues con lo primero, imaginándola.
Subí al avión después que él, desafortunadamente estábamos lo suficientemente lejos como para no cruzar palabra alguna. Opté por dejar de pensar en mis sueños guajiros y me dispuse a perder el tiempo. Las chicas a mi lado no eran muy sociables que digamos así que no me quedó de otra más que guardar silencio y ver a través del vidrio de la ventana como las quejas, las rutinas y los horarios se quedaban en mi hermoso México para dar a paso a una nueva aventura.
Es curioso como la vida te pone en situaciones a las que te has rehusado por alguna razón. Mi ex insistía tanto que conociera San Francisco que hasta gordo me caía, esa adicción suya por todo lo que no fuera mexicano en verdad me encabronaba, esa fuerte tendencia a hacer que todo lo que tienen los demás es mejor que lo que él tiene me enfurecía. Aterrizar en San Francisco sin él fue irónico. Lo que tanto quería hacer él conmigo lo estaba haciendo yo sin él. Afortunadamente San Francisco era solo una parada y no todo el viaje aunque no miento, me gustaría conocer la ciudad que vi a mi llegada.

Bajé del avión y pasé por la aduana, en dónde debo externar que, no sé por qué los oficiales gringos tienen esa manía de preguntar cosas que no son de su incumbencia. Hace algunos años cuando iba con George (mi compañerito de clase) de regreso de Tijuana, por bruta me metí a inspección secundaria sin necesitarlo. Ohh grave error, el oficial nos preguntaba ¿son novios? ¿Amantes? ¿Esposos? ¿Qué hacen a esta hora por aquí? A lo que yo me decía ¿y a este que chingados le importa?

Pues bien, aunque en esta ocasión la historia no fue tan desagradable si fue algo similar. ¿Viene de vacaciones? Si, ¿pues qué no tiene trabajo en casa? En fin, pase sin problemas y me dirigí a la siguiente parada. Buscar la sala para el siguiente vuelo. Recogí mi maleta y la lleve para la siguiente parada y en esoooo…. que lo veo, con ese cuerpo de “S”. Vaya suerte la mía, al parecer viajaríamos juntos en el siguiente vuelo.

Aquí es en donde me quedo pensando, ¿cuáles son las probabilidades de que en un avión de más de 100 personas te toque seguir viajando precisamente con el hombrecito buenote? Nos encontramos en la entrada, me preguntó algo medio menso y de ahí ni quien le parara la boca. ¡Qué bárbaro!, como hablaba, pero eso era lo de menos.

Me contó, mientras caminábamos a la segunda inspección, que el aeromozo, un güerito de ojos azules más puñal que nada, se lo estaba ligando en el avión y le regaló de todo: sándwiches, shots de vodka y unas avellanas. Yo por bruta, no había comido nada, así que fue maravilloso compartir las avellanas que Scott le había regalado como señal de su calentura. Gracias Scott en donde quieras que estés por contribuir a mi aventura fugaz con algo en el estómago.

En fin, localizamos la puerta, conocimos el aeropuerto, quisimos comprar unas cervezas y no pudimos y seguimos platicando. Resulta ser que mi nuevo amigo era un tipo Juan Querendón que vivía en Veracruz, trabajaba como vigilante en Pemets (tal vez así lo decía por el acento veracruzano, pero preferí no averiguar por aquello de no juzgar). Tenía 30 años, era una macho declarado (a su última novia le pidió que aprendiera a cocinar para poderse casar) e iba para Portland porque tenía que hacer una conexión a Wisconsin en donde vería a su hermano, quien se mudaría de allá para Eugene, un lugar como a dos horas de Portland. Básicamente el hermano lo traía de cargador (jejej pero bien conservado).

Debo reconocer que por lo menos buen sociabilizador era, tenía esta técnica infalible de repetir mi nombre hasta que se lo aprendió. Entonces cada vez que hablábamos lo repetía, se lo aprendía y yo me sentía escuchada. Me parece que es algo que debería de empezar a hacer, hacer como escuchas al otro por solo saberte tu nombre me parece algo sencillo de hacer. Y digo como que hacía que me escuchaba porque cuando me preguntó que estaba leyendo, y contesté, el pobre hombre me puso una cara de ¿de qué me estás hablando? Que no pudo con ella. Pude ver en sus ojos perfecto como se fue a dar un paseo por toda la sala para solo regresar en el momento adecuado y decir sí, a: ¿me entiendes? Pero vamos, es esta aventura en específico el IQ era lo de menos. Digamos que estamos conscientes de que no se puede tener todo en esta vida.

Dentro de la conversación, preguntó una o dos veces cuál era mi vuelo. La verdad al principio me hice mensa. Seguimos platicando de la inmortalidad del cangrejo hasta que hablamos de los suertudos que éramos (él por siquiera pensar estar conmigo y yo pues creo que ya lo dije). La plática se tornó un tanto cuanto aventada cuando empezó con frases ligadoras como: Pues te ligo si te dejas, que suerte estar con una chica tan guapa, yo no quería estar aquí pero ve nada más lo que me trajo el destino… y esas frases de Juan Querendón que me cae, le funcionaron bien.

En fin, después de atragantarme con las avellanas y de sus insinuaciones, una de las señoritas anunció que el vuelo estaba sobresaturado y no habría cambios de lugar. En ese momento fue como una señal y pensé, “claro esto tenía que acabarse rápido, ¿Por qué nunca tengo suerte?... Pero ilusa yo con todo mi ser. El hombre seguro de sí mismo se volteó y me dijo “ya dime que boleto tienes, para saber si nos vamos juntos”. Digamos que él tenía el 38 y yo tenía el 35. No muy lejos pero definitivamente nada juntos.

Cuando nos paramos para abordar el avión se encontró con una chica que venía en el primer avión con nosotros. Me parece que ella era de Portland pero hablaba y entendía bien español. El hombresito le preguntó a la chica por su boleto, inocente de mí pensé que buscaría sentarse con ella. Digo ya nosotros éramos caso perdido, con ella tenía oportunidad de hablar (Favor de hacer una pausa e imaginarme como magdalena en pleno drama). Resultó que la chica tenía el boleto a un lado de mí. Suerte, casualidad, señal de que diosito me quiso mucho durante el viaje, no lo sé. En ese momento Anuar le cambio el boleto y resultó que en menos de dos minutos había logrado lo que yo ya pensaba perdido: sentarnos juntos.
Subimos al avión, acomodamos nuestras cosas. Él se sentó junto a la ventana y yo en medio. San Francisco se veía increíble pues ya era de noche y la luna, simplemente se mostró tal cual era.
Después del procedimiento de rutina, de los videos aburridos y de entender que estaba a punto de abandonar la parada de la ironía, el pilotito de estufa decidió despegar. Yo veía la ciudad como niña chiquita conociendo el mundo (digamos que la descripción no está tan alejada de la realidad). Anuar muy consciente me decía, acércate para que puedas ver la ciudad. Entonces decidí inclinarme para ver San Francisco y la luna maravillosa que fue mi compañera en esta aventura.

El hombrecito muy lindo intentó abrazarme y digamos que con esos brazos yo no dije no. La verdad no creo que alguien se atreviera a hacerlo. Debo confesar que antes que cualquier otra parte del cuerpo, lo que me matan son los brazos fuertes. Me encanta que se vean lo suficientemente fuertotes como para saber que podrán cargar conmigo en cualquier circunstancia. Recuerdo que la primera vez que supe que alguien con esas características era completito para mí, no lo podía creer, es más, me atrevería a decir que cada vez que tengo en mi poder algo que quiero peco de incrédula, aunque no por eso lo dejo de aprovechar.

En fin, el señor “S” decidió abrazarme pero hubo un pequeño inconveniente, el cinturón, mi escena romántica perfecta con un desconocido casi se echa a perder porque literal me tenía que doblar.

Pude soportar así como uno o dos minutos mientras veía lo diminutas de las luces y lo hermoso de la luna. En verdad nunca había visto una luna tan grande y hermosa en mi vida. Era como si pudiera agarrarla, darle una mordida y regresarla a su lugar. Cuando la vi, sentí los brazos de este Juan Querendón y caí en cuenta de que estaba volando, entendí el significado de lo fugaz, de lo corto y de lo efímera que es la vida cuando te regala momentos felices. Que todo, absolutamente todo está ahí listo para que lo encuentres, pero en definitiva tienes que salir a buscarlo o por lo menos hacer que se tropiece contigo para que te abrace con sus brazotes.

El dolor era incomodo así que decidí volver a mi asiento. Creo que él pensó que era una mamonserrima y que no me había gustado su intento de abrazo. Afortunadamente el hombre no tenía pelos en la lengua, después preguntó y aclaramos el punto, que se solucionó con desabrochar el cinturón…del asiento claro está.

Los aeromozos sirvieron las bebidas y por qué no? Nosotros aprovechamos las bebidas que el buen Scott tuvo a regalarle para brindar por la aventura que tanto quería encontrar. (Una vez más gracias Scott por el patrocinio). Pedimos nuestros respectivos jugos, el sacó las mini botellas y cada quien se echó su trago con el infaltable Salud! Por la alegría de conocernos, por ser los más parlanchines en todo el avión, por encontrar lo que buscamos, por Scott, por mi presente con sensación a pasado, por la ironía que quedó atrás, por las aventuras, por los suspiros, por el quizás de lo que nunca será (definitivamente más que abandonar a mi ex estaba abandonando mi lastre de 10 años a quien debía encontrarle unos tenis que por supuesto no busqué).

En definitiva saaaaluddd por estar viva, por atreverme a encontrar historias, vivirlas y contarlas. Así fue cuando en un dos por tres Juan Querendón me abrazó, vimos la luna y me besó. Fue como transportarme a los 50`s ( si poquito antes vi Media Noche en Paris y que?) Carajo! Que más podía pedir? Ese sentimiento de incredulidad me hacía la más feliz.

Eso era lo que yo buscaba y quería, lo que fui a buscar a Portland sin pensar encontrarlo en algún lugar del mundo volando en un avión. Vamos, las historias suelen desarrollarse en tierra firme, no cuando estoy volando (lo cual es infinitamente más peligroso).

Nos besamos por todo el tiempo que quisimos, y a mi parecer el vuelo fue muy corto. 45 minutos de besuquearte con un desconocido que tiene esos brazos que derriten y da los besos que me dio, por supuesto que es poco tiempo. Juan Querendón me decía “van a pensar que estamos en nuestra luna de miel”, en realidad me importaba poco. Creo que con la única que podría darme pena era con la chica que estaba a lado de mí y era poco social. Y eso porque con mi bajada repentina de peso se podían caer mis pantalones y mostrar algo de mi lindo traserito.

Pero de ahí en fuera, ¿Qué mas daba? A quién podría conocer o no conocer en ese avión que me diera lo que yo imaginaba. Lo había encontrado tan fugaz como lo quise y mucho más buenote de lo que pedí. Curioso, la vida te gratifica cuando pides con todo tu corazón que las cosas sucedan, una buena aventura quería y la conseguí en el momento en el que puse un pie fuera del tormentoso pasado y decidí vivir el presente.

En una de nuestras pausas intercambiamos teléfonos, el me dio el de su hermano y yo le di mi tarjeta, como señal de mera cortesía claro. Imposible pensar que las historias fugaces trasciendan más allá de lo que las películas lo permiten.

La historia iba bien, insisto que más podía pedir que no se me hubiera concedido ya? El pilotito de estufa ordenó abrocharse los cinturones, obedientes lo hicimos. Ordenó poner derechos los asientos también lo hicimos. Y decidió descender. Personalmente los aterrizajes me dan ñañaras, sobre todo cuando las rueditas tocan el suelo. Pero este aterrizaje fue diferente.

Juan decidió tomarme de la mano muy delicadamente, se acercó lo más que pudo y me beso suave y lento durante todo el trayecto hasta que el avión paró. La luna seguía en pie como fiel testigo de mis loqueras y yo no podía más que tener ñañaras de una de las mejores experiencias que he tenido en mucho tiempo. En definitiva no pude más que dar gracias por haber encontrado una historia de esas que revives al contar, pero que no tienen ninguna oportunidad de dar un hasta luego.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Gracias...

Había una vez un rey que recibió como regalo dos magníficos halcones provenientes de Arabia. Eran halcones peregrinos, las aves más hermosas que se hayan visto jamás. El rey entregó las preciosas aves al maestro de cetrería para que las entrenara.
Pasaron los meses y un día el maestro de cetrería le informó al rey que uno de los halcones estaba volando majestuosamente, planeando alto en los cielos, pero el otro halcón no se había movido de su rama desde el día en que llegó.
El rey convocó a curanderos y hechiceros de todas las tierras para atender al halcón, pero ninguno pudo hacer que el ave volara.
Luego le presentó la tarea a los miembros de su corte, sin embargo, al día siguiente, el rey vio a través de la ventana del palacio que el ave aún no se movía de su percha. Habiéndolo intentado todo, el rey pensó: “Tal vez necesito a alguien que esté más familiarizado con la vida del campo para que entienda la naturaleza de este problema”.
Entonces le gritó a su corte:
—¡Vayan a buscar a un granjero!
En la mañana el rey se emocionó al ver al halcón volando muy alto sobre los jardines del palacio y le dijo a su corte:
—Tráiganme al hacedor de este milagro.
La corte rápidamente localizó al granjero, quien vino ante el rey. Éste le preguntó:
—¿Cómo hiciste para que el halcón volara?
Con reverencia, el granjero le dijo al rey:
—Fue fácil, su majestad. Simplemente corté la rama.
(Fragmento del libro ¿para qué correr si puedes volar? de Isha)
¿Cuántas ramas habremos de cortar en nuestra vida para saber que tan alto podemos volar?  Extender las alas no es sencillo, se requiere de valor, fuerza… voluntad.  Se requiere vencer el miedo y enfrentarnos a nosotros mismos para decir, ¡sí puedo!,  porque soy completamente capaz. 
Hace tres meses mi grupo de oratoria y una servidora,  tuvimos el valor de enfrentarnos a lo que hoy sabemos es uno de los miedos más grandes del ser humano: Hablar en público.  Y es que ¿apoco no? A todos alguna vez nos han temblado las piernas, la voz y hasta las intenciones,  cuando debemos enfrentarnos a un publico desconocido.
Vamos, no hay momento  en el que puedes sentirte más expuesto que cuando tienes que compartir tus pensamientos con otra persona. Sin embargo, hoy por hoy,  todos estamos preparados para eso y màs.
Gracias al infinito apoyo  y guía de Carlos y Gris, nuestros profesores,  por ayudarnos a cortar esas ramas. Gracias porque en cada retroalimentación resaltaban lo maravilloso de nuestros discursos y de nuestros defectos, incitándonos a mejorar en cada ocasión.
Al Centro Libanés que aun sin ser socios, nos brinda esta inigualable oportunidad de crecer como seres humanos al darnos las facilidades para que por tres meses pudiéramos  ocupar sus instalaciones,  comernos unas deliciosas  galletas y compartir un buen café.
A todos ustedes, nuestras familias y amigos, por creer en nosotros  y apoyarnos con su tiempo y compresión en cada llegada tarde a nuestras casas, en cada sonrisa còmplice por vernos repetir nuestros  discursos frente al espejo, y en cada relato en donde aùn sin saberlo, estuvieron presentes.  
A mis queridos compañeros, por abrir la puerta de su corazón y de su vida  cada martes. Por hacer de éste, un grupo que demostró que no importa que tan grande sea el reto, siempre se podrá superar. Por demostrar que el miedo es solo pasajero cuando decidimos enfrentarlo. Gracias por estar y permanecer, más allá del aula.
Gracias a todos por dejarnos compartir lo alto que podemos llegar a volar.

Mujeres excepcionales

Cada una es distinta,  a pesar de tener historias de vida similares.  Todas, como cualquiera,  han sufrido, caído, llorado y levantado para seguir adelante.

Todas son mujeres excepcionales que por alguna razón,  he topado en mi camino para entender que de amor no te mueres, pero que en realidad es difícil encontrarlo cuando no sabes lo que quieres.

Que es difícil perdonar cuando te han herido, y que aunque te hagas la fuerte frente al mundo, en el fondo quisieras aventarte a sus brazos con la esperanza de ser feliz.

Que la urgencia no es aliada, y que en definitiva uno tiene que saber esperar el momento y el espacio para la persona indicada.

Que por muchos raspones que hayas tenido en la vida, mantener el buen humor te mantiene viva.

Que las pasiones desenfrenadas dejan ojeras y sonrisas que difícilmente borras, pero que como todo,  nos dejan grandes decepciones cuando no ponemos un límite.

Que llega un momento en la vida, en donde después de tanto enamorarte desenfrenadamente buscas estar tranquila y en paz.

Que después de tanto sufrir, llorar y arrastrar, el amor a ti misma regresa porque ya no hay nada más que perder. 

Que la convivencia es sana y  no hay necesidad de tantos dramas, apretones y gritadas:  aún con una regadera, dos camas y un futón.

Que no importa lo que pase... las verdaderas amigas perdonan, entienden y aman, y siempre de los siempres, estarán ahí para ayudarte a huir cuando lo necesites,  ya sea con tus cajas y su carro, con una buena botella de vino o con un gran abrazo. 

Las amoo!




Maleta para 3 días ( oratoria)

Un día salí con mi maleta roja llena de ilusiones, pensando que encontraría todo aquello que había soñado, y es que hace no mucho pensé que había encontrado al amor de mi vida.   Todos los fines de semana, por así convenir a nuestros intereses (o a los suyos), me quedaba en su departamento para intentar convivir en una relación  de “pareja”.
Cada viernes,  llegaba a mi casa, agarraba mi maleta  y metía ropa para tres días.  Al principio me emocionaba, y es que no hay cosa más linda que compartir con alguien este pedacito que le dicen vida, y no hay nada más lindo que esa persona también te diga que quiere compartirlo contigo. Pero bien dice mi papá, no creas todo lo que te dicen.
Después de tres meses de estar haciendo maleta,  esta ya no era una ilusión, se convirtió en pesadez…Verla me causaba tristeza, frustración, dolor.  Así fue como de repente,  me vi en una relación en donde parecía niña damnificada haciendo cada viernes el mismo ritual: llegar corriendo, agarrar lo que pudiera y olvidar todo lo olvidable, incluso a mi misma. 
Odiaba hacer maleta pues representaba la inestabilidad, la búsqueda inconclusa y la comodidad de quien todo recibe sin dar algo a cambio. La maleta se convirtió en la representación de todo aquello que jamás sería. Me sentía tan fuera de lugar, y es que  ¿Por qué tendría que estar haciendo cada viernes maleta para estar con alguien?,  me sentía sin pertenecer a ningún lado, completamente vacía.
Los seres humanos buscamos llenar nuestros huecos más profundos con un alguien màs, sin darnos cuenta que lo que realmente nos hace felices lo encontramos en nosotros mismos. Un día decidí que estaba harta de hacer maleta,  de no pertenecer y de ser yo quien tuviera que salir de mi zona de confort  para complacer a alguien más. Decidí que una maleta se haría solo en casos necesarios y de preferencia, de esos que ocasionan mucha felicidad.
Dejé mi maleta en casa, y dejé al que era mi novio por encontrarme a mi misma. Y para mi sorpresa, la vida me recibió con una gran sonrisa. En este camino me he encontrado como una mujer que no está sola, primero porque soy mi mejor acompañante y segundo porque cuento con personas maravillosas a mi alrededor. Desde una familia tan funcional  y disfuncional  como cualquier otra que me ha enseñado que pase lo que pase, siempre estarán   ahí para apoyarme y  guiarme ( por que aunque no lo crean, a cada uno lo escucho cuando intenta aconsejarme), y segundo, porque cuento con  unas amigas maravillosas con las que puedo compartir los más felices, pero también los más tristes momentos, encontrando en cada una de ellas un aprendizaje invaluable. Las quiero.     
De un tiempo para acà, mi maleta ha salido conmigo a varios lugares y cada vez que lo hace, es para conocer nuevos mundos, culturas, personas y presentes, que den un nuevo significado  y aprendizaje en mi vida.  Hoy mi maleta ya no pesa, bueno solo un poco,  pero ya no de tristeza y frustración, solo de ropa y zapatos que llevo para cada ocasión.