jueves, 7 de agosto de 2014

Mi novio “el motociclista”.




Me preguntaron por  mi novio “el motociclista”.
-Ya no tengo- contesté. Pensando en que en realidad nunca había tenido un novio con una moto.

Y es que es curioso como solitos creamos y vendemos realidades alternas. Es verdad que tuve un novio que vestía y parecía motociclista:  tenía playeras y promocionales a morir de Harley Davidson, era súper fanático de la serie Sons of Anarchy, es más, se recitaba completas todas las motocicletas que existían en el mercado.  Pero él, nunca tuvo una… al menos en el tiempo que estuvo conmigo. 

A veces deseas tanto que pasen cosas en tu vida, que pasas por alto pequeños detalles como éstos, que te hablan más sobre lo que una persona es capaz de hacer o no,  por  alcanzar lo que en teoría quiere con todo su corazón.

Conocí al motociclista un día de esos donde pa no variar, traía el corazón roto.  Había llorado toda la mañana pensando en que de nada había servido recibir tanta terapia si caía de nuevo en los mismos errores.  Para mi buena fortuna y para no caer en depresión,  era domingo y había partido de tocho.

 Recuerdo que llegué con mi cara de pambazo y con un amigo que también traía una pena cargando. El equipo, como era ya costumbre, estaba incompleto y peor aún, nuestro capitán nos había abandonado dejándonos en manos de alguien a quien no le confiaría ni a su propia sombra. 
 
Resulta que nuestro capitán improvisado llevó a un par de amigos ese día, entre ellos a mi querido ex:  un morenatzo bastante desarrolladito ( tenía bolas por todos lados), muy perfumadito chaparrito y con una piocha de tres pelos.  Me limité a preguntarle su nombre para saber con quién estaba jugando.  Recuerdo que fue un partido extraño, porque obvio, no nos parecía que el nuevo entrara a jugar si no era parte del equipo ¿pos que se creía?

 Eso no intimidó al muchachito que siguió apareciendo en partidos posteriores con una actitud que a todos nos alivianó. Así fue como empecé a entablar conversaciones, chistes y bromas con el chaparrito sabrosón.  Mi prima, que ha sido fiel testigo de todas las pendejadas que he cometido en  mi vida,  me veía a lo lejos rogándole a Dios no cometiera una estupidez. Sus rezos no funcionaron. 

 Llegó el 14 de febrero, salimos para tomar unas cervezas, comer cacahuates y hablar de todo y nada.  Recuerdo que llegó por mi en un carro no pedorro, lo que le sigue.  Ya después me enteré que una Mustang y que era su auto favorito, porque era considerado todo un clásico. Igual, era muy pedorro. 

 También recuerdo que llegó pelón…ustedes saben, mi debilidad… me mató. No es que el motociclista no motociclista fuera precisamente lo que se dice “bien parecido”, pero eso de estar pelón como me me me. Otra cosa que recuerdo perfecto fue su olor, tiene la maña de siempre andar perjumado por la vida.

 Como era de esperarse, después de tanta risa, de unos ojitos por aquí, otros por allá, de platicarnos nuestras penas, salir a bailar y convivir, terminamos siendo “novios”. Nomás por costumbre y no por petición. 

Confieso que nunca en mi vida había sentido tanta atracción por alguien, era adicta a todo lo que él representaba:  sus besos, su olor, su risa… ay ay ay! Mi lugar favorito era su cuello y estar entre sus brazos.  Teníamos una química espectacular, que ojalá hubiera funcionado para todo.    

Éramos intensos… demasiado.  Así como reíamos también peleábamos. Un día en alguna pelea la puerta de mi cuarto acabó con un hoyo.  Lo recuerdo perfecto: discutíamos que no se fuera, el enfurecido lanzó el golpe a la puerta. Vi todo en cámara lenta:  su cara de perro rabioso, el puño que pasó a un costado de mi cara y la inmensa incertidumbre de estar en medio de una escena de violencia clara. 

 Él se fue y yo solo me quedé hecha bolita en mi cuarto pensando en que no sabía en qué momento se había salido todo de control.  Eventualmente tuvimos más sucesos catastróficos  en donde llegué a conocer mis alcances como vieja loca y fuera de sí.  Si señoras y señores, había llegado el hombre capaz de sacar lo más peorísimo de mí en todo su esplendor.

 ¿Pero qué necesidad?  Se preguntarán ustedes. Ninguna,  simplemente soy necia e intensa. Como es de esperarse tronamos miles de veces en arranques de histeria y lo peor,  es que decidimos regresar no una, sino más de dos veces a la relación intentando que todo funcionara.  ¿Y qué creen? Nomás no lo logramos. Diversos motivos, razones y circunstancias, simplemente dos locos intensos no pueden estar juntos, se vuelve caótico.

 Dejar a mi novio el no motociclista  en definitiva no fue fácil,  si por mi hubiera sido seguiría intentando una y otra vez. Cuando lográbamos trabajar en equipo todo era maravilloso:  la vida en pareja, la comida, el ejercicio, el trabajo. Lástima que el equipo duraba un mes después de regresar y todo volvía a la normalidad,  yo seguía luchando arduamente porque las cosas sucedieran y él, por miedo, comodidad o vayan ustedes a saber, simplemente se sentaba a esperar que las cosas pasaran.

Y así, sentado viendo la tele, seguramente iba a llegar el momento para comprarse una moto, conseguir un trabajo que lo hiciera feliz y perseguir sus sueños. Él sólo deja que la vida lo sorprenda.  Yo sigo igual... todo el día corro tratando de lograr todo aquello que me propongo o al menos todo aquello que con toda claridad sé que quiero. 

 Lo sé, nuestra historia fue el reflejo de una diferencia sutil pero sustancial entre parezco pero no soy y soy pero no parezco. 

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