Me preguntaron por mi
novio “el motociclista”.
-Ya no tengo- contesté.
Pensando en que en realidad nunca había tenido un novio con una moto.
Y es que es curioso como
solitos creamos y vendemos realidades alternas. Es verdad que tuve un novio que
vestía y parecía motociclista: tenía playeras y promocionales a morir de
Harley Davidson, era súper fanático de la serie Sons of Anarchy, es más, se
recitaba completas todas las motocicletas que existían en el mercado.
Pero él, nunca tuvo una… al menos en el tiempo que estuvo conmigo.
A veces deseas tanto que
pasen cosas en tu vida, que pasas por alto pequeños detalles como éstos, que te
hablan más sobre lo que una persona es capaz de hacer o no, por
alcanzar lo que en teoría quiere con todo su corazón.
Conocí al motociclista un
día de esos donde pa no variar, traía el corazón roto. Había llorado toda
la mañana pensando en que de nada había servido recibir tanta terapia si caía
de nuevo en los mismos errores. Para mi buena fortuna y para no caer en
depresión, era domingo y había partido de tocho.
Recuerdo que llegué con mi
cara de pambazo y con un amigo que también traía una pena cargando. El equipo,
como era ya costumbre, estaba incompleto y peor aún, nuestro capitán nos había
abandonado dejándonos en manos de alguien a quien no le confiaría ni a su propia
sombra.
Resulta que nuestro capitán
improvisado llevó a un par de amigos ese día, entre ellos a mi querido
ex: un morenatzo bastante desarrolladito ( tenía bolas por todos lados),
muy perfumadito chaparrito y con una piocha de tres pelos. Me limité a
preguntarle su nombre para saber con quién estaba jugando. Recuerdo que
fue un partido extraño, porque obvio, no nos parecía que el nuevo entrara a
jugar si no era parte del equipo ¿pos que se creía?
Eso no intimidó al
muchachito que siguió apareciendo en partidos posteriores con una actitud que a
todos nos alivianó. Así fue como empecé a entablar conversaciones, chistes y
bromas con el chaparrito sabrosón. Mi prima, que ha sido fiel testigo de
todas las pendejadas que he cometido en mi vida, me veía a lo lejos rogándole a
Dios no cometiera una estupidez. Sus rezos no funcionaron.
Llegó el 14 de febrero,
salimos para tomar unas cervezas, comer cacahuates y hablar de todo y
nada. Recuerdo que llegó por mi en un carro no pedorro, lo que le
sigue. Ya después me enteré que una Mustang y que era su auto favorito,
porque era considerado todo un clásico. Igual, era muy pedorro.
También recuerdo que llegó
pelón…ustedes saben, mi debilidad… me mató. No es que el motociclista no
motociclista fuera precisamente lo que se dice “bien parecido”, pero eso de
estar pelón como me me me. Otra cosa que recuerdo perfecto fue su olor, tiene
la maña de siempre andar perjumado por la vida.
Como era de esperarse,
después de tanta risa, de unos ojitos por aquí, otros por allá, de platicarnos
nuestras penas, salir a bailar y convivir, terminamos siendo “novios”. Nomás
por costumbre y no por petición.
Confieso que nunca en mi
vida había sentido tanta atracción por alguien, era adicta a todo lo que él
representaba: sus besos, su olor, su risa… ay ay ay! Mi lugar favorito era su cuello y estar entre sus brazos. Teníamos una química espectacular, que ojalá hubiera funcionado para
todo.
Éramos intensos…
demasiado. Así como reíamos también peleábamos. Un día en alguna pelea la
puerta de mi cuarto acabó con un hoyo. Lo recuerdo perfecto: discutíamos
que no se fuera, el enfurecido lanzó el golpe a la puerta. Vi todo en cámara
lenta: su cara de perro rabioso, el puño que pasó a un costado de mi cara
y la inmensa incertidumbre de estar en medio de una escena de violencia
clara.
Él se fue y yo solo me
quedé hecha bolita en mi cuarto pensando en que no sabía en qué momento se
había salido todo de control. Eventualmente tuvimos más sucesos
catastróficos en donde llegué a conocer mis alcances como vieja loca y
fuera de sí. Si señoras y señores, había llegado el hombre capaz de sacar
lo más peorísimo de mí en todo su esplendor.
¿Pero qué necesidad?
Se preguntarán ustedes. Ninguna, simplemente soy necia e intensa. Como es
de esperarse tronamos miles de veces en arranques de histeria y lo peor, es que decidimos regresar no una, sino más de
dos veces a la relación intentando que todo funcionara. ¿Y qué creen?
Nomás no lo logramos. Diversos motivos, razones y circunstancias, simplemente
dos locos intensos no pueden estar juntos, se vuelve caótico.
Dejar a mi novio el no
motociclista en definitiva no fue
fácil, si por mi hubiera sido seguiría
intentando una y otra vez. Cuando lográbamos trabajar en equipo todo era maravilloso:
la vida en pareja, la comida, el
ejercicio, el trabajo. Lástima que el equipo duraba un mes después de regresar y
todo volvía a la normalidad, yo seguía
luchando arduamente porque las cosas sucedieran y él, por miedo, comodidad o
vayan ustedes a saber, simplemente se sentaba a esperar que las cosas pasaran.
Y así, sentado viendo la
tele, seguramente iba a llegar el momento para comprarse una moto, conseguir un
trabajo que lo hiciera feliz y perseguir sus sueños. Él sólo deja que la vida lo
sorprenda. Yo sigo igual... todo el día
corro tratando de lograr todo aquello que me propongo o al menos todo aquello
que con toda claridad sé que quiero.
Lo sé, nuestra historia fue
el reflejo de una diferencia sutil pero sustancial entre parezco pero no soy y
soy pero no parezco.
