viernes, 5 de septiembre de 2014

Andui y yo


Si pudiera definir a Andui, podría decir que es una mujer multifacética:  un día se viste como delegada de la ONU, organiza un evento con pinchemil personas y da un discurso sobre la situación Israel- Palestina, al día siguiente puedes encontrarla en la cocina de la casa de sus amigas haciendo  los recuerditos del baby shower, boda o primera comunión, entre semana  está entrenando pole;  los sábados está en la maestría, los domingos juega tocho  y en su tiempo libre puede estar  leyendo un libro de esos que enamoran, en un curso de moda o con su novio.

Es una mujer decidida, inteligente  y fuerte, nada la detiene. Cuando Andrea se propone comerse al mundo, agarra la luna de postre. Ella es la clase de mujer que hace que el tiempo, el día y el dinero le rindan para cubrir todo lo necesario.  Tiene una agilidad mental bárbara, puede resolver los problemas del mundo en 10 segundos con ayuda de la gente que conoce.  Es comprometida con causas nobles , aunque le desespera la gente pendeja  (mucho).

Ella y yo hemos vivido tantas cosas juntas, que es difícil encontrar una que nos defina.  Literal hemos andado por ríos , mares, presas  y montañas en climas cálidos, frios  y lluviosos, pasando por diversas situaciones que  han fortalecido nuestra amistad a lo largo ya de casi 15 años ( si no es que más).   Hemos sido confidentes y amigas por muchos años y  nos hemos odiado  a muerte por otros cuantos. 

A veces pienso que somos iguales en carácter y muy demasiado diferentes en gustos (afortunadamente).  Ella es una experta de la moda, el glamour y la fiesta,  yo soy todo lo contrario, podría vivir en huaraches todos los días y no tendría problema.   Pero si en algo nos parecemos es en decir lo que pensamos tal cual va, sin filtros, con toda la verdad que nuestro ser puede pensar. Somos fieles seguidoras de nuestros ideales y fuimos educadas, como toda esta oleada de mujeres, para dejar huella en nuestros caminos.

Juntas  hemos vivido amores y desamores, nos hemos visto caer, tropezar y así, madreadísimas, nos hemos ayudado para siempre continuar.  Cada vez que llegaba con ella pidiendo un abrazo, inevitablemente me soltaba un sermón tamaño cahuama de lo mal que estaba por estar llorando por hombres que no valían la pena. “ Me choca verte llorando cada dos meses por el mismo hombre ¡Fadua!” y entonces no me quedaba de otra más que secar las lágrimas e irme a mi casa hecha una piltrafa humana.  

Entre las muchas historias que tengo con ella, recuerdo una en donde un día tuvimos a bien pretender ir a una actividad Scout en San Juan del Elote.  Los chicos de nuestro grupo ya se habían adelantado y  nosotras salimos después de una de mis últimas presentaciones de Danza alrededor de las 4:00 p.m. El cielo se empezó a cerrar y yo estaba muy preocupada por no manejar en carretera ya sin luz.  

Sin más indicaciones que un mensaje de celular que decía: “te sigues derecho, das vuelta a la izquierda,  después de dos topes a la derecha, pasas la casa del árbol y el monumento, buscas la calle principal y ya llegaste a San Juan del Elote” nos fuimos derechito a la aventura.  El camino fue agradable, inclusive la carretera libre. En menos de dos horas y con muy poca luz llegamos a la calle principal  de nuestro destino, la cual por cierto no tenía señal para hablar por teléfono.   

A pesar de haber llegado bien y rápido, ya estando en el micro pueblo,  no pudimos encontrar a nuestros compañeros. Se hacía tarde, obscurecía y no llevábamos mucho dinero que digamos.  A lo lejos ( es decir, como a 10 metros),  vimos una camioneta pick up con torreta.   Se nos hizo facilísimo preguntarle  si no había visto a una  bola de hombres  medio feos vestidos de ñoños. 

El policía, muy amable por cierto, nos dijo que le parecía haberlos visto en el río y nos dijo que si queríamos nos podía llevar con ellos.  Nosotras, brutas en toda nuestra extensión, le dijimos que sí.  Total, ¿qué podía pasar? ¿era un policía no?

Nos pidió subir a la camioneta. Yo iba en medio y Andrea iba pegada a la puerta, poco a poco  avanzó y fue desapareciendo la luz, las pocas casas, la gente… nos adentramos en un camino que evidentemente  estaba completamente obscuro. 

El policía muy amable comenzó a hacernos la plática:

-¿De dónde vienen?-

Del DF, le contestamos. 

-Ah miren, y ¿alguien sabe que están aquí? -

Andui y yo nos volteamos a ver con cara de “este hombre hace preguntas raras”.

-Claro, nuestros papás y amigos- 

Contestamos, con todas las ganas de decir todos, hasta  el Papa, la comunidad científica y nuestros peores enemigos saben que estamos aquí. 

-Miren, que bueno.¿ Entonces en caso de emergencia a quien le tenemos que avisar?-  

Zas! Nos vimos con cara de “ya valimos madres”.  En ese momento nos imaginé a orillas del rio moribundas y Andrea empezó a buscar la forma de poder abrir la puerta de la camioneta. 

-Nuestros amigos están aquí, ellos podrán avisar a nuestros familiares-

 Dijimos ya con voz temblorosa.  Yo miraba a Andrea con ojitos de pánico y ella me regresaba la miraba diciéndome que estábamos fritas, no había forma de abrir la camioneta por dentro, no tenía la manija. 

-De hecho, no creemos que estén en el río, que le parece si mejor nos regresamos. No se ve nada.-

Le dije con la esperanza de que diera vuelta en ese preciso instante y nos dejara en donde se encontraba mi hermoso chevy. 

Fue cuando detuvo la camioneta, se bajó  y dejó subir en la parte de atrás a otros dos tipos que iban con una linterna.  Muertas, violadas y cuasi mutiladas nos vimos  por haber tomado la peor decisión de nuestras vidas. Estábamos no asustadas, lo que le seguía. Andrea me siguió diciendo que no había manera de abrir para salir corriendo como locas despavoridas.    ¿En qué momento se nos había ocurrido subirnos a esa camioneta? Teníamos que romper la puerta.   

El tipo regresó y se subió.  

-Oiga, de veras, mejor nos regresamos, acá abajo no hay nadie-  le dije con mi mejor tono de convencimiento. 

-No mire, yo los vi más abajo, ahí deben estar-  siguió diciendo. 

Ya para ese punto Andui y yo estábamos al borde de la lágrima.  Avanzamos unos 30 metros más abajo y se detuvo. Los tipos de atrás siguieron su camino a pie. El policía se bajó de nuevo  e hizo como que buscaba a nuestros amigos en donde era evidente no había nadie. 

Minutos después se subió de nuevo a la camioneta y nos dijo que sería mejor regresar.  Entre un alivio que no era alivio, dio la vuelta.  Nosotras ya veníamos rezando el padre nuestro en español, latín y hasta arameo, cuando de repente nos topamos con un automóvil de frente.  ¡Eran ellos, los niños del clan,  estábamos a salvo!

De carro a carro les hicimos señas como desesperadas. Ellos muy amables, se emparejaron, nos vieron y preguntaron ¿Qué hacen ahí?.  Para este punto, literal puedes matar a alguien con una pregunta de ese calibre.  ¿Qué que hacemos ahí? Pues buscándolos, ¿ qué otra chingada cosa se puede hacer un viernes a las 9 de la noche en San Juan del Elote!!?

Quisimos bajar de la camioneta pero los muchachos, ellos tan amables nomás nos gritaron:

-¡Qué bueno que llegaron, nos vemos en la casa!-  Se arrancaron y se fueron. 

Nosotras nos quedamos incrédulas en la camioneta.  El policía tampoco podía creer lo que acaba de presenciar.  Se fueron, nos dejaron en shock.  El policía entró de nuevo al pueblo y nos dejó en mi automóvil.  Muy amablemente nos abrió la puerta y nos dio una recomendación:

-Tengan cuidado, aquí después de las 10 de la noche ya es peligroso-  A Dio!! Si no nos dice ni nos damos cuenta. 

Nos subimos al auto, intercambiamos impresiones de nuestra magnífica estupidez y pusimos el auto en marcha para buscar la dichosa casa.  No daré detalles de más, sólo diré que después de una hora llegamos, asustadas, hambrientas y reputiencabronadas.  Llegamos al mismo tiempo que los otros chicos y escoltadas por el policía tan “amable” que nos seguía en su camioneta. 

Nos bajamos,  Andui hasta la madre y yo con mis ojos de pistola, quería matarlos a todos. ¿cómo se les había ocurrido dejarnos ahí con un desconocido? Acto seguido nos pusimos la guarapeta de nuestras vidas, lloramos, bailamos y tomamos jarabe para la gripa, que después del chinche susto seguro nos iba a dar. 

Afortunadamente no nos pasó, nada… ni Andrea pudo abrir la puerta, ni el policía nos puso una mano encima, ni corrimos como locas por el bosque;  pero el susto nadie nos lo quita.

Por razones como esta, mi amistad con Andrea es grande y fuerte.  Podemos ser diametralmente opuestas en muchas cosas, o nos podemos agarrar del chongo por lo parecidas,  pero siempre sabremos que estaremos ahí para apoyarnos.  

Te quiero gorda.