Si pudiera definir a Andui,
podría decir que es una mujer multifacética: un día se viste como delegada de la ONU,
organiza un evento con pinchemil personas y da un discurso sobre la situación
Israel- Palestina, al día siguiente puedes encontrarla en la cocina de la casa
de sus amigas haciendo los recuerditos
del baby shower, boda o primera comunión, entre semana está entrenando pole; los sábados está en la maestría, los domingos
juega tocho y en su tiempo libre puede
estar leyendo un libro de esos que enamoran,
en un curso de moda o con su novio.
Es una mujer decidida, inteligente y fuerte, nada la detiene. Cuando Andrea se
propone comerse al mundo, agarra la luna de postre. Ella es la clase de mujer
que hace que el tiempo, el día y el dinero le rindan para cubrir todo lo
necesario. Tiene una agilidad mental
bárbara, puede resolver los problemas del mundo en 10 segundos con ayuda de la
gente que conoce. Es comprometida con
causas nobles , aunque le desespera la gente pendeja (mucho).
Ella y yo hemos vivido tantas cosas juntas, que es difícil
encontrar una que nos defina. Literal
hemos andado por ríos , mares, presas y
montañas en climas cálidos, frios y
lluviosos, pasando por diversas situaciones que han fortalecido nuestra amistad a lo largo ya
de casi 15 años ( si no es que más). Hemos sido confidentes y amigas por muchos
años y nos hemos odiado a muerte por otros cuantos.
A veces pienso que somos iguales en carácter y muy demasiado
diferentes en gustos (afortunadamente).
Ella es una experta de la moda, el glamour y la fiesta, yo soy todo lo contrario, podría vivir en
huaraches todos los días y no tendría problema. Pero si en algo nos parecemos es en decir lo
que pensamos tal cual va, sin filtros, con toda la verdad que nuestro ser puede
pensar. Somos fieles seguidoras de nuestros ideales y fuimos educadas, como
toda esta oleada de mujeres, para dejar huella en nuestros caminos.
Juntas hemos vivido
amores y desamores, nos hemos visto caer, tropezar y así, madreadísimas, nos
hemos ayudado para siempre continuar. Cada
vez que llegaba con ella pidiendo un abrazo, inevitablemente me soltaba un
sermón tamaño cahuama de lo mal que estaba por estar llorando por hombres que
no valían la pena. “ Me choca verte llorando cada dos meses por el mismo hombre
¡Fadua!” y entonces no me quedaba de otra más que secar las lágrimas e irme a
mi casa hecha una piltrafa humana.
Entre las muchas historias que tengo con ella, recuerdo una
en donde un día tuvimos a bien pretender ir a una actividad Scout en San Juan
del Elote. Los chicos de nuestro grupo
ya se habían adelantado y nosotras
salimos después de una de mis últimas presentaciones de Danza alrededor de las
4:00 p.m. El cielo se empezó a cerrar y yo estaba muy preocupada por no manejar
en carretera ya sin luz.
Sin más indicaciones que un mensaje de celular que decía: “te
sigues derecho, das vuelta a la izquierda,
después de dos topes a la derecha, pasas la casa del árbol y el monumento,
buscas la calle principal y ya llegaste a San Juan del Elote” nos fuimos
derechito a la aventura. El camino fue
agradable, inclusive la carretera libre. En menos de dos horas y con muy poca
luz llegamos a la calle principal de
nuestro destino, la cual por cierto no tenía señal para hablar por teléfono.
A pesar de haber llegado bien y rápido, ya estando en el
micro pueblo, no pudimos encontrar a
nuestros compañeros. Se hacía tarde, obscurecía y no llevábamos mucho dinero
que digamos. A lo lejos ( es decir, como
a 10 metros), vimos una camioneta pick
up con torreta. Se nos hizo facilísimo
preguntarle si no había visto a una bola de hombres medio feos vestidos de ñoños.
El policía, muy amable por cierto, nos dijo que le parecía
haberlos visto en el río y nos dijo que si queríamos nos podía llevar con
ellos. Nosotras, brutas en toda nuestra
extensión, le dijimos que sí. Total, ¿qué
podía pasar? ¿era un policía no?
Nos pidió subir a la camioneta. Yo iba en medio y Andrea iba
pegada a la puerta, poco a poco avanzó y
fue desapareciendo la luz, las pocas casas, la gente… nos adentramos en un
camino que evidentemente estaba
completamente obscuro.
El policía muy amable comenzó a hacernos la plática:
-¿De dónde vienen?-
Del DF, le contestamos.
-Ah miren, y ¿alguien sabe que están aquí? -
Andui y yo nos volteamos a ver con cara de “este hombre hace
preguntas raras”.
-Claro, nuestros papás y amigos-
Contestamos, con todas las ganas de decir todos, hasta el Papa, la comunidad científica y nuestros
peores enemigos saben que estamos aquí.
-Miren, que bueno.¿ Entonces en caso de emergencia a quien
le tenemos que avisar?-
Zas! Nos vimos con cara de “ya valimos madres”. En ese momento nos imaginé a orillas del rio
moribundas y Andrea empezó a buscar la forma de poder abrir la puerta de la
camioneta.
-Nuestros amigos están aquí, ellos podrán avisar a nuestros
familiares-
Dijimos ya con voz
temblorosa. Yo miraba a Andrea con
ojitos de pánico y ella me regresaba la miraba diciéndome que estábamos fritas,
no había forma de abrir la camioneta por dentro, no tenía la manija.
-De hecho, no creemos que estén en el río, que le parece si
mejor nos regresamos. No se ve nada.-
Le dije con la esperanza de que diera vuelta en ese preciso
instante y nos dejara en donde se encontraba mi hermoso chevy.
Fue cuando detuvo la camioneta, se bajó y dejó subir en la parte de atrás a otros dos
tipos que iban con una linterna.
Muertas, violadas y cuasi mutiladas nos vimos por haber tomado la peor decisión de nuestras vidas.
Estábamos no asustadas, lo que le seguía. Andrea me siguió diciendo que no
había manera de abrir para salir corriendo como locas despavoridas. ¿En
qué momento se nos había ocurrido subirnos a esa camioneta? Teníamos que romper
la puerta.
El tipo regresó y se subió.
-Oiga, de veras, mejor nos regresamos, acá abajo no hay
nadie- le dije con mi mejor tono de
convencimiento.
-No mire, yo los vi más abajo, ahí deben estar- siguió diciendo.
Ya para ese punto Andui y yo estábamos al borde de la
lágrima. Avanzamos unos 30 metros más
abajo y se detuvo. Los tipos de atrás siguieron su camino a pie. El policía se
bajó de nuevo e hizo como que buscaba a
nuestros amigos en donde era evidente no había nadie.
Minutos después se subió de nuevo a la camioneta y nos dijo
que sería mejor regresar. Entre un
alivio que no era alivio, dio la vuelta.
Nosotras ya veníamos rezando el padre nuestro en español, latín y hasta
arameo, cuando de repente nos topamos con un automóvil de frente. ¡Eran ellos, los niños del clan, estábamos a salvo!
De carro a carro les hicimos señas como desesperadas. Ellos muy
amables, se emparejaron, nos vieron y preguntaron ¿Qué hacen ahí?. Para este punto, literal puedes matar a
alguien con una pregunta de ese calibre.
¿Qué que hacemos ahí? Pues buscándolos, ¿ qué otra chingada cosa se
puede hacer un viernes a las 9 de la noche en San Juan del Elote!!?
Quisimos bajar de la camioneta pero los muchachos, ellos tan
amables nomás nos gritaron:
-¡Qué bueno que llegaron, nos vemos en la casa!- Se arrancaron y se fueron.
Nosotras nos quedamos incrédulas en la camioneta. El policía tampoco podía creer lo que acaba
de presenciar. Se fueron, nos dejaron en
shock. El policía entró de nuevo al
pueblo y nos dejó en mi automóvil. Muy
amablemente nos abrió la puerta y nos dio una recomendación:
-Tengan cuidado, aquí después de las 10 de la noche ya es
peligroso- A Dio!! Si no nos dice ni nos
damos cuenta.
Nos subimos al auto, intercambiamos impresiones de nuestra
magnífica estupidez y pusimos el auto en marcha para buscar la dichosa
casa. No daré detalles de más, sólo diré
que después de una hora llegamos, asustadas, hambrientas y
reputiencabronadas. Llegamos al mismo
tiempo que los otros chicos y escoltadas por el policía tan “amable” que nos
seguía en su camioneta.
Nos bajamos, Andui
hasta la madre y yo con mis ojos de pistola, quería matarlos a todos. ¿cómo se
les había ocurrido dejarnos ahí con un desconocido? Acto seguido nos pusimos la
guarapeta de nuestras vidas, lloramos, bailamos y tomamos jarabe para la gripa,
que después del chinche susto seguro nos iba a dar.
Afortunadamente no nos pasó, nada… ni Andrea pudo abrir la
puerta, ni el policía nos puso una mano encima, ni corrimos como locas por el
bosque; pero el susto nadie nos lo
quita.
Por razones como esta, mi amistad con Andrea es grande y
fuerte. Podemos ser diametralmente
opuestas en muchas cosas, o nos podemos agarrar del chongo por lo parecidas, pero siempre sabremos que estaremos ahí para
apoyarnos.
Te quiero gorda.