Son tantas cosas las que he vivido que por veces las olvido y entierro en donde quisiera no volverlas a pensar jamás. He tenido momentos buenos, muy buenos y algunos cuantos que se pueden catalogar como pésimos. De estos últimos la mayor parte los he vivido sola (por bruta e inocente agregaría).
En algún momento de mi vida me encontré con una relación de pareja de esas que quisieras no volver a tener jamás. Todos los días era un martirio y una rutina que inevitablemente me llevaba a una tristeza absoluta y a una obesidad amenazante.
Mi rutina constaba en ver lo menos posible al otro, desde que me despertaba hasta que me volvía a dormir. Pensaba que entre más lejos estuviéramos sería mejor, pues así no buscaríamos un motivo de pelea, aunque claro, siempre reclamaba que él no estaba conmigo. Tan congruente yo.
De cualquier forma cuando estábamos “juntos” en realidad cada quien andaba por su lado: yo viendo la tele y él encerrado en el baño buscando la mejor acústica para su siguiente canción, yo leyendo y él en la computadora, o el mejor de todos, yo dormida y el jugando al hipocondriaco.
Durante el día no hacía más que pensar en lo jodida que estaba mi existencia y en las artimañas que debería ingeniar para sobrevivir en ese ambiente hostil, y de noche lo único que quería era desaparecer de esa realidad. Cada día me acercaba más al borde el precipicio y lo único que quería era saltar y desaparecer.
Nadie antes me había dicho que eso sucedía en las relaciones de pareja, y muchos menos me habían dicho como arreglarlo. Nadie me dijo del vacío que se siente en el alma, ni de la soledad estando acompañada. No tuvieron la delicadeza de advertirme que mi necedad me ocasionaría un dolor tan intenso pero sobre todo nunca nadie me dijo que yo no era la única en vivirlo.
En mi peor momento, cuando más enojada estaba conmigo y preguntaba ¿por qué diablos estaba dispuesta a desperdiciar 2 años de mi vida en una relación fallida? Llegó a mis manos un libro que me mostró que no sólo yo sufría, sino que al otro lado del charco, en otro tiempo y en otro espacio hubo alguien que vivió exactamente lo que yo sentía en ese momento.
Juana de Arco: El corazón del Verdugo de María Elena Cruz Varela, fue como un bote salvavidas en mi tristeza y en mi soledad. Llegó a mis manos por causalidad, de eso estoy segura. El libro habla básicamente del proceso por el cual la escritora pasó para contar la historia de cómo fue que Juana de Arco, después de varios muchos años de muerta, fue absuelta y declarada inocente de aquello que le culpaban.
En este proceso, te habla de su relación de pareja, de sus costumbres, de sus miedos y de sus sentimientos que para sorpresa mía, eran muy similares a los que estaba viviendo. Leer este libro fue un alivio para mi alma, primero por saber que no estaba sola y segundo, porque pude verme reflejada en las palabras de alguien más. Fue como ver en un espejo a la persona que no quería seguir siendo.
Los libros caen del cielo por alguna razón y hoy solo puedo dar gracias por que haya caído en el lugar correcto.